Más que un juego: el poder inclusivo del deporte
Por Stephanie Simonetta
El deporte tiene una potencia transformadora que va mucho más allá del juego o la competencia. Para muchas personas, es una herramienta para construir identidad, comunidad y oportunidades. Desde el deporte adaptado para personas con discapacidad visual, pasando por un club de rugby para personas LGBTTIQ+, hasta una organización deportiva con perspectiva de género, tres referentes de distintas disciplinas nos cuentan sus experiencias y desafíos para que el deporte sea un puente hacia la inclusión. Además, coinciden en el potencial del trabajo con empresas para fortalecer y visibilizar estas iniciativas.
Silvio Velo: liderazgo que inspira dentro y fuera de la cancha

Silvio Velo es excapitán de la selección argentina de fútbol para ciegos, reconocido mundialmente por su trayectoria y referente del deporte adaptado. Su historia es un claro ejemplo de cómo el deporte puede transformar vidas: «Sin el deporte no hubiese podido ser quien soy. Nací ciego en San Pedro, provincia de Buenos Aires, en una familia de escasos recursos, muy humilde. El deporte y la pasión por el fútbol fue la herramienta, el puente, lo que me dio la fuerza para salir adelante», destaca.
Desde muy chico, aunque no podía ver ni escuchar bien la pelota, sentía esa pasión que lo impulsaba a jugar al fútbol con sus hermanos y amigos, incluso sin un espacio adaptado. A los 10 años, Silvio fue internado en el instituto Román Rosell para personas con discapacidad visual, un cambio difícil que fue clave para su desarrollo personal y deportivo, ya que ahí -además de aprender el sistema Braille- descubrió la pelota con cascabel: “Costó muchísimo el desarraigo… pero descubrí que había pibes como yo en el instituto, que no veían y que jugaban al fútbol con pelotas con sonido. Fue tocar el cielo con las manos”, describe.
Durante más de 30 años fue capitán de la selección argentina, los Murciélagos. Sobre asumir un rol de liderazgo, reflexiona: “Muchas veces me preguntan si esto de ser líder se nace o se hace. Yo considero que las dos. Nacer en un lugar hostil en cuanto a las adversidades que tuve que superar desde pequeño… yo quería andar en bicicleta y me caí 20, 40 veces: era levantarse y seguir aprendiendo. Esa actitud fue lo que habrá visto el técnico cuando me dio la cinta de capitán. Yo no quería saber nada porque era un pibe tímido: quería jugar al fútbol, disfrutarlo, hacer goles, tirar un caño e irme a casa. Pero el destino tenía algo más preparado para mí y me hice cargo”.
En cuanto a los desafíos que hoy enfrenta el deporte para volverse más inclusivo, Silvio advierte: “El deporte no solo es una herramienta importantísima para las personas con discapacidad: lo es para todos. Me gusta mirar el vaso medio lleno, y desde el año 91 hemos progresado en un montón de cosas. Pero hoy nos encontramos en un momento difícil porque se ve al deporte como algo que se puede recortar”.
Actualmente, Silvio sigue activo jugando al tenis profesionalmente y promoviendo el deporte para personas con discapacidad a través de una fundación que se encuentra desarrollando. Además, brinda charlas motivacionales para empresas sobre liderazgo y trabajo en equipo, generando puentes entre el deporte, la inclusión y el mundo corporativo.
Ruda Macho Rugby: enfrentar los prejuicios con cada pase y cada tacle

Ruda Macho Rugby nació en 2019 para que personas LGBTTIQ+ puedan jugar al rugby sin tener que esconder quiénes son. Federico Ferraro, representante de prensa y gerente de marketing, explica: “Desde el principio, buscamos que el rugby se juegue con la misma exigencia, compromiso e intensidad que en cualquier otro club, pero en un entorno donde el respeto, la diversidad y el cuidado mutuo sean parte fundamental de la cancha y del vestuario. No queríamos adaptarnos a espacios donde no entrábamos: queríamos crear uno donde todos pudiéramos jugar y pertenecer desde el primer día”.
En cuanto a la práctica diaria, subraya que la inclusión no es solo un discurso, sino una acción constante: «En Ruda Macho creemos que la inclusión no se dice, se hace. Por eso, cada entrenamiento, cada partido y cada tercer tiempo son espacios donde se construye un equipo desde lo humano y lo deportivo. Trabajamos para que cualquier persona, sin importar su orientación sexual, identidad de género, edad o experiencia previa, pueda sumarse y sentirse parte. Jugamos un rugby intenso, físico, con compromiso, pero también con valores claros de respeto,
compañerismo y cuidado. Nuestra lucha es jugando: enfrentamos los prejuicios con cada pase, con cada tacle, con cada espacio que abrimos dentro y fuera de la cancha. El impacto es enorme: muchos encuentran en el club un lugar donde pueden ser ellos mismos y vivir el rugby con pasión, sin dejar nada afuera”.
Sobre los desafíos para hacer el deporte más inclusivo, Federico apunta: “Creemos que el mayor desafío está en nosotros mismos: en animarnos a entrenar no solo el cuerpo, sino también la cabeza y la actitud para romper barreras. El cambio empieza cuando dejamos de repetir lo aprendido sin cuestionarlo y nos proponemos construir espacios más abiertos, respetuosos y diversos. En deportes como el rugby, donde muchas veces se arrastran estereotipos muy marcados, el desafío pasa por demostrar con hechos que hay otras formas de jugar, de liderar, de convivir en equipo. No se trata solo de abrir la puerta, sino de invitar, sostener y transformar desde adentro”.

Además, destaca el rol que pueden tener las empresas en este camino: “Las empresas pueden ser aliadas fundamentales del deporte cuando entienden que apoyar a un club no es una cuestión de caridad, sino de compromiso con valores que trascienden la cancha. No pedimos apoyo por ser un club inclusivo; somos un club como cualquier otro, con necesidades concretas: materiales, infraestructura, espacios de entrenamiento, traslados. Lo que sí es cierto es que, al apoyar a Ruda Macho, también están acompañando una causa que busca visibilizar la diversidad dentro del deporte”.
Yacarés Buenos Aires: una comunidad deportiva que rompe con el binarismo de género

Por su parte, Yacarés Buenos Aires se creó en mayo de 2018 como un proyecto deportivo impulsado por personas de la comunidad LGBTQ+ que buscaban un espacio donde jugar, entrenar y vincularse sin violencias ni discriminaciones. Diego Stechina, presidente, recuerda: “Comenzamos jugando al básquet en espacios públicos y canchas alquiladas, y con el tiempo fuimos creciendo, sumando nuevas personas, disciplinas y objetivos. Lo que empezó como una necesidad colectiva, se transformó en una comunidad que hoy sostiene entrenamientos y actividades deportivas todas las semanas, y que funciona como una asociación civil comprometida con la inclusión, el acceso al deporte y el fortalecimiento de redes comunitarias”.
Desde la organización comprenden que el deporte no es neutral, y por eso la perspectiva de géneros y diversidades atraviesa todas sus prácticas: desde cómo organizan los equipos y entrenamientos, hasta el lenguaje que utilizan y los vínculos que promueven. “No hay pruebas de nivel excluyentes ni binarismos: cada persona puede participar desde su identidad, sin tener que justificarla ni adaptarse a moldes hegemónicos”, detalla Stechina.
Así, destaca que cuando se lo practica desde una lógica inclusiva, el deporte tiene el potencial para convertirse en “un puente para fortalecer el sentido de comunidad, recuperar la confianza en el cuerpo, y generar vínculos basados en el respeto y el cuidado mutuo. El juego colectivo, el entrenamiento compartido y la construcción de objetivos grupales generan condiciones muy potentes para el encuentro entre personas de distintas trayectorias e identidades. Por eso sostenemos que el deporte no solo puede ser inclusivo, sino que también puede reparar, empoderar y politizar, especialmente a quienes históricamente fueron expulsades de esos espacios”.
En cuanto a los desafíos para que el deporte se vuelva un espacio de inclusión plantea la importancia de “desarmar las lógicas históricas del deporte tradicional, que suele estar atravesado por el binarismo de género, la competencia excluyente y la normalización de ciertas corporalidades por sobre otras. Estas estructuras reproducen desigualdades y dejan por fuera a muchas personas”.
Además, advierte sobre los obstáculos materiales: “acceder a canchas, sostener entrenamientos, garantizar becas, visibilizar otras formas de hacer deporte. A esto se suma la falta de políticas públicas específicas que acompañen y fortalezcan a los proyectos deportivos inclusivos”, señala. También se enfoca en las barreras culturales y la necesidad de “generar sensibilidad y apertura tanto en instituciones como en deportistas para comprender que la inclusión no es una amenaza, sino una posibilidad de enriquecer y transformar el deporte para todes”.

En este sentido, resalta el papel clave que puede tener el sector privado: “Las empresas pueden ser aliadas fundamentales si se comprometen con una mirada ética y sostenida en el tiempo. Pueden colaborar brindando apoyo económico, logístico o comunicacional a proyectos deportivos inclusivos, especialmente aquellos que no cuentan con estructuras tradicionales ni subsidios estatales. También pueden ayudar a visibilizar otras formas de hacer deporte y promover mensajes que rompan con estereotipos y violencias”, concluye.