La violencia en el fútbol no puede seguir siendo espectáculo

Por Georgina Sticco, Co-fundadora y Directora de Grow-género y trabajo.

Lo que sucedió en el partido entre Independiente y la Universidad de Chile es una nueva muestra de que la violencia en el fútbol no es un problema aislado, sino estructural. Hace años que se alerta sobre la gravedad de estas situaciones y, sin embargo, los esfuerzos para prevenirlas siguen siendo mínimos.

Más allá de la situación concreta, me parece clave reflexionar sobre algunos de los puntos que nos deja este evento.

Por un lado, a la violencia no se le responde con más violencia. Más allá de quién haya comenzado, tenemos que tener en claro que el “ojo por ojo” multiplica el daño, y genera una espiral que cada vez se hace más difícil de detener. Por ejemplo, en las tribunas de Colo Colo ya apareció una amenaza: “Los esperamos en Chile, nadie se mete con nuestros hijos”. ¿Qué mensaje está transmitiendo el club?

Por otro lado, me sorprende la ausencia de autocrítica. Ningún club comenzó diciendo: “Nos equivocamos”. Están tan preocupados por pasar al próximo partido que nadie se hace responsable de lo que sucedió, sino que buscan reducir su responsabilidad. Esto me entristece y me desalienta. ¿Cómo a nadie se le ocurrió comenzar responsabilizándose por aquello que no salió bien? ¿Cómo no pueden hablar por las personas que dicen llevar su camiseta? ¿Qué valores desprenden los clubes? No vale decir que el fútbol es así. Es así porque lo dejamos ser.

En este contexto, se barajan sanciones como la suspensión de partidos, la obligación de jugar a puertas cerradas o la pérdida de puntos. Sin embargo, lo que más preocupa en la dirigencia parece ser el impacto económico: la pérdida de ingresos por la no venta de entradas y el golpe a las finanzas del club. Otra vez, la conversación gira en torno al dinero y no a lo esencial: que hubo vidas en peligro, que decenas de personas resultaron heridas, y que el espectáculo deportivo quedó reducido a un escenario de violencia.

No es la primera vez que el fútbol se ubica por encima de lo humano. Recordemos el llamado “partido cero” de la pandemia: el encuentro entre Atalanta y Valencia por Champions League, jugado en febrero de 2020 en Italia, que luego fue identificado como uno de los principales focos de contagio de COVID en Europa. En aquel momento también primó lo económico y el espectáculo por sobre la salud y los derechos humanos. Se priorizó llenar un estadio y transmitir el partido, aun cuando las señales de alerta ya estaban encendidas. El resultado fue devastador.

Sería un buen mensaje desde la CONMEBOL pensar en sanciones que realmente motiven un cambio como por ejemplo:

  • Obligar a los clubes a invertir en programas de concientización, dentro y fuera de la cancha.
  • Exigir números claros y verificables sobre la reducción de episodios violentos en cada temporada.
  • Asumir que la responsabilidad es compartida: tanto Independiente como la U de Chile deben dar explicaciones no solo por lo que pasó en la tribuna, sino también por lo que dejaron crecer en la previa.

La dirigencia del fútbol tiene hoy la posibilidad de cambiar la historia, o de seguir actuando como si nada pasara.

El fútbol mueve pasiones, une comunidades y construye identidades. Pero nada de eso justifica que las vidas se pongan en juego partido tras partido. Ya no podemos aceptar que “el fútbol está por encima de todo”. O empezamos a exigir responsabilidad real, o vamos a seguir viendo cómo la violencia gana por goleada.